Sunday, April 23, 2006

La homofobia como valor

Cuando algún amigo opina que el nuestro es el verdadero País de las Maravillas, tengo por costumbre disentir. No creo que sea éste el país donde Alicia vivió sus primeras aventuras. Dos razones me llevan a pensarlo.

Primera, que la DNCD habría acabado muy pronto con las andanzas de Alicia por consumir hongos que la hacían cambiar de tamaño y ver las cosas de distintos colores; segunda, que en el País de las Maravillas lo que maravilla -si me perdonan la tautología- no es que las cosas sean distintas que en el mundo real, sino que sus características están tan exageradas que su significado resulta obvio.

No en vano lo último en desaparecer del Gato de Cheshire son los blancos, largos y filosos colmillos que forman su famosa sonrisa.

Al que sí se parece nuestro país es al segundo mundo -y menos conocido gracias al canibalismo cultural de Disney- en el cual se aventuró Alicia: El mundo a través del espejo. Allí, como en todo espejo, las cosas son exactamente lo que creemos, sólo que al revés: las apariencias más parecidas a la realidad son también las más engañosas y todos los habitantes son parte –involuntaria, incluso- de un juego de ajedrez donde su papel, por lo general, es ser peones.

Lo mismo sucede en la República Dominicana donde, al momento de aplicarlos, los más altos valores se convierten justamente en lo contrario. Es por eso que promovemos la paz social abogando por la “mano dura”, el Estado de Derecho permitiendo la discriminación y la caridad y amor cristianos siendo intolerantes.

La última de estas comedias se produjo en torno a un artículo del proyecto de Código Civil que reconoce el derecho a la libertad sexual. Inmediatamente se dio a conocer, las alarmas de los moralistas sonaron estruendosas y se armó un notemeneés impresionante. Lo curioso es que como paladines de la moral se erigieron dos funcionarios públicos sin velas en el entierro: el Procurador General de la República en funciones, Rodolfo Espiñeira, y el Comisionado de Apoyo a la Reforma y Modernización de la Justicia, Alejandro Moscoso.

Para Espiñeira, la sociedad dominicana no está preparada para la “libre sexualidad”, porque es “todavía conservadora, con principios familiares muy arraigados”. Quizás ahora el Procurador General es guardián de la moral pública y no nos hemos enterado. Pero hasta que eso se confirme, ¿qué hace el máximo representante del Ministerio Público pontificando sobre los “valores” que deben regirnos? Es gravísimo que quien maneja la persecución judicial del delito pretenda confundir su función de esta manera. El Procurador no puede ser el brazo secular de la Iglesia.

De igual forma sorprende el Comisionado cuando decide que se retire ese artículo del proyecto de Ley para “evitar confusiones”. La confusión es suya pues ese artículo es redundante, se limita a repetir una verdad de Perogrullo. La Constitución dominicana reconoce la libertad de conciencia y religiosa, además de que los tratados internacionales de derechos humanos de los que somos signatarios prohíben la discriminación por cualquier motivo, así como la intromisión del Estado en el ámbito íntimo de las personas. Si el Comisionado de Reforma quiere atrincherarse en el inmovilismo, es asunto suyo aunque sea contradictorio. Lo que no puede evitar es que su decisión de retirar el artículo sea un golpe de efecto vacío porque de cambiar, no cambia nada.

Tampoco podía faltar en una ocasión como esta la opinión de Su Eminencia Reverendísima Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez. Con su habitual delicadeza, llamó “lacras” a los homosexuales y propuso su expulsión masiva del país. Hace tiempo que no se veía en la República Dominicana una expresión de caridad y tolerancia cristiana tan maravillosa. Jesús debe estar orgulloso. O quizás no, los que lo están son Torquemada y Eymerich.

Creo innecesario repetir que aun si Su Eminencia considera pecado la homosexualidad -y a esa opinión tiene derecho- no debe olvidar su deber de amar a los pecadores --que somos todos. (De paso, debe recordar que la arrogancia es el más grave de los siete pecados capitales, peor aun que la lujuria, San Gregorio Magno dixit. Y que Dios destruyó más pueblos por el pecado de la arrogancia que por el de la homosexualidad.) Tampoco debe olvidar el Cardenal que a Dios se le da lo de Dios y al César lo del César. Si el fundador de la Iglesia Católica e hijo de Dios supo hacer la distinción, igual debería hacerla él, su humilde servidor. Y tener siempre presente que la barrida del templo fue contra los mercaderes y no contra los pecadores, aunque con los primeros resulte más difícil meterse, o eso parece. Es de esperar, en todo caso, que su próxima propuesta no sea reeditar el “auto de fe” en el que en 1664 fueron quemados vivos cuatro hombres en pleno Santo Domingo por el “crimen” de ser homosexuales.

Estas muestras de comodidad política e intolerancia van unidas en el país a un preocupante grado de desconocimiento. Es muy frecuente justificar la discriminación afirmando que los homosexuales son “enfermos”. Pedida explicación convincente de afirmación tan rotunda, se recurre al tópico de los “miles de estudios” o al de que “eso lo sabe todo el mundo”. Pues bien, no existe una sola institución médica de prestigio mundial que lo corrobore. Desde hace décadas estas instituciones -como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la American Psychiatric Association (APA)- luchan por desterrar esta errónea idea de la conciencia social. En todo caso, la obsesión de algunos con la sexualidad ajena sí parece ser una patología, si no médica, por lo menos social.

¿Con qué argumentos se quedan entonces los homófobos? ¿Con que los homosexuales son distintos? ¿Un rechazo estético? ¿Es un asunto moral? Ninguna de estas razones es válida. Cada cual puede hacer con su vida lo que le parezca. Para eso somos una democracia y no una teocracia. Aspiramos a un país de leyes y no de prejuicios. ¿Quién les da derecho a los autoproclamados guardianes de la moralidad a imponer su moral sexual a los homosexuales? ¿Acaso obligan estos últimos a los heterosexuales a ser homosexuales o a reprimirse? La homofobia no es un valor moral, es un acto de arrogancia y desprecio. Lo importante en una sociedad democrática es la convivencia social pacífica. Para ello lo mejor es seguir el consejo de Jesús: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Lucas 6:31.

Clave Digital 17 de abril de 2006