Los dominicanos que no cuentan
Para nadie es un secreto que la sociedad dominicana es una máquina de fabricar injusticias. Son tantas que intentar hacer un recuento no tendría otro efecto que embotarnos emocionalmente.
Pero no por eso debemos ignorarlas. La desgracia ajena no puede barrerse debajo de la alfombra aunque, lamentablemente, es eso lo que hemos estado haciendo durante décadas. Lo que es peor: no sólo hemos tratado de esconder las desgracias y el sufrimiento ajenos, sino de esconder a las personas mismas.
Según fuentes autorizadas, en la República Dominicana hay dos millones de personas sin actas de nacimiento. Es decir, dos millones de personas que no existen jurídicamente.
No pueden hacer nada de lo que algunos de nosotros damos por hecho en nuestra vida cotidiana: firmar un contrato laboral, uno de alquiler, casarse, tener una cuenta bancaria, salir del país. Pero aún más importante: no pueden votar, aprovecharse del sistema de (in)seguridad social, terminar la escuela, declarar sus hijos… no pueden hacer nada.
Y no hablamos de un dos seguido de seis ceros. Hablamos de dos millones de seres humanos de carne y hueso, que malviven sin que nunca jamás el Estado dominicano se ocupe de la más nimia de sus necesidades. Son, realmente, parias, intocables, invisibles. Dos millones de personas que existen, pero que son ignoradas, que sufren una existencia de la que el resto no tomamos nota. Si hay un destino que puede resultar peor que la muerte debe ser este: el que a nadie le importe que estés vivo. Y estamos hablando de uno de cada cuatro de nosotros.
Ahora sale a la luz que entre los oficiales del Estado Civil hay al menos una persona a quien le duele la desgracia ajena. Este hombre ha ideado un plan llamado “En la misma acera”, con el cual puede empezar a paliarse uno de los más dramáticos problemas de nuestro país. Se ha negado a aceptar que tantos dominicanos no existan y ha puesto manos a la obra. En su oficialía –la 12º del Distrito Nacional- 40,000 dominicanos pudieron conseguir el año pasado sus actas de nacimiento.
Sin exagerar: hasta hace poco hubiera creído que un funcionario así sería objeto de honores y reconocimientos. Pues no, aparentemente los máximos responsables de la Junta Central Electoral han hecho todo lo posible por detenerle. Le han informado que para poder proceder con su proyecto tiene que esperar la autorización de ese organismo. Eso fue en enero, y la autorización no llega. Lo que sí está en agenda es su destitución por “rebelde”, y porque “no cabe como funcionario”.
Yo me pregunto: ¿cuál es el perfil de funcionario en el que no cabe este hombre? Ha iniciado un programa gratuito para que miles de dominicanos puedan obtener sus actas de nacimiento y además cubre los costos de su programa con los dineros de la misma oficialía. ¿Qué hacen los otros funcionarios con el dinero de las que están a su cargo? Quizás lo que se espera de estas personas es que se hagan ricas, y ya. Quien se niega a vivir de la tragedia ajena, y denuncia que otros sí están dispuestos, no cabe. Es un rebelde. Una oveja negra. Un chivato.
Pues bien, de inadaptados, rebeldes, ovejas negras y chivatos debería estar lleno el país. Es este el ejemplo que deberíamos seguir. Yo preferiría ser como Luis Felipe Rodríguez, y no como Sammy Sosa. Lo que no entiendo es por qué los que no comparten esa opinión no sólo no la siguen, sino que quieren castigar a quien da el buen ejemplo. A menos, claro, que lo correcto sea ver de cerca todos los días la desgracia de los dos millones de dominicanos sin actas de nacimiento y no hacer nada.
Y mientras tanto, que la injusticia siga su curso. Que uno de cada cuatro dominicanos siga sin contar. Aunque, mirándolo bien, no sólo continúa esa tragedia. Hay otra que la acompaña. Porque donde quiera que exista la desgracia de un ser humano que no cuenta, existe su hermana: la vergüenza de que otro ser humano no se digna a querer que lo haga. Ese es el estigma que nos marca a todos.
Clave Digital 27 de septiembre de 2005