Wednesday, February 20, 2008

Estado fallido, fallido, fallido

La gente de Foreign Affairs debería darse una vueltecita por el país para ver si reconsideran su decisión de excluirnos del grupo de los “Estados fallidos”. Que no se preocupen, que esta vez no habrá mayor escándalo ni revoloteo en protesta porque nos digan algo que hoy es más que evidente. (Aunque, vistas las reacciones frente a unos relatores internacionales que nos hablaron del evidente racismo que hay en el país, puede que me equivoque).

Cada vez más, República Dominicana parece ser un simple conglomerado humano y no una sociedad política organizada. El Estado dominicano cumple muy pocas de las funciones que le corresponden (que no sea la de cobrar impuestos para gastarlos en chulerías y Metros).

No importa cuál construcción teórica clásica del concepto y la justificación del Estado se tome… el nuestro falla de manera estrepitosa.

Hobbes justificó el Estado diciendo que surge como consecuencia de la búsqueda de a seguridad. Las personas renuncian a su libertad, o parte de ella, para que el Estado utilice el poder que le ha sido delegado en aras de proveer condiciones mínimas para una vida tranquila. En nuestro país eso no es así.

Ninguno de los proyectos que se supone que el Estado tiene que asumir tiene buen fin. Ahí está el sistema de seguridad social, que se está derrumbando pilar por pilar sin que nadie haga nada. Algo que debió estar resuelto antes de echarlo a andar ahora cojea, o más bien se arrastra penosamente apoyado sólo en muñones.

Lo mismo pasa con el sistema educativo que, durante décadas, ha sido uno de los peores del mundo y al cual nuestros flamantes gobiernos le retiran fondos para que los gasten los guardias o los ingenieros del Metro. Nos llenamos la boca de plumas hablando de modernidad, de insertarnos en la economía mundial y “brecha digital”, compramos muchas computadoras, las conectamos a la Red y creemos haber resuelto algo.

Pero nos olvidamos del hecho simple de que para que eso tenga efecto alguno es necesario que los usuarios tengan un nivel de alfabetización mínima. ¡Ah! Pero como comprar butacas y pagar buenos maestros no es “chic”, no se hace.

No hay justicia tampoco. A pesar de las esperanzas que se habían labrado en torno a la acción del Estado en los fraudes bancarios, eso se ha desmoronado en forma penosa. Lo que quiso ser una sentencia salomónica no pasó de ser un agua tibia de esas que el Apocalipsis condena a ser vomitadas. Una sociedad expectante, consciente de su pobreza material, tuvo que ver confirmada su pobreza institucional.

El Estado dominicano tampoco resiste el análisis webberiano. Porque si el padre de la sociología consideraba que el monopolio del ejercicio legítimo de la violencia era su característica principal, los hechos demuestran que la sociedad dominicana no le reconoce esa exclusividad al Estado. Los penosísimos casos de linchamiento están ahí. Cogiendo piedras para los más chiquitos, un pueblo genuflexo ante los grandes criminales se arma de valor para asesinar a los rateros.

Pero el último ejemplo –y quizás la gota que debe derramar el vaso de nuestra indignación- es lo sucedido con la tormenta Noé. A pesar de sus protestas tardías, el gobierno no hizo nada por dar a conocer a la ciudadanía la gravedad de lo que se avecinaba.

Los dominicanos nos vinimos a enterar de lo ocurrido sólo cuando ya había pasado lo peor. Y no todos tuvimos el privilegio, al momento de escribir estas líneas ya se contabilizan 21 muertos que nunca supieron que estaban en peligro.

Es una repetición de la imperdonable situación que se produjo en el país con el paso del Georges hace 9 años. No olvidemos que, mientras sus vientos asolaban ya la región Este, un alto responsable de la puesta en marcha de planes de prevención estaba en televisión acusando de alarmistas a los meteorólogos del Centro de Huracanes de Miami. Nueve años no nos han enseñado nada.

Hoy, un país sorprendido es testigo de cómo los responsables intentan escurrir el bulto. Seguro que también de esto encontrarán culpables en otros lares.

No es de extrañar que tantos dominicanos opten por marcharse del país. Después de experiencias como esta cualquiera se lo piensa. La verdad es que quizás sea aquí que se haga realidad el famoso chiste argentino de que el último que se marche tenga que apagar el bombillo. Rayos. Lo siento, olvidé que tampoco hay luz.

Clave Digital 30 de octubre de 2007

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