Corrieron a Ruquoy
Ya está. Se fue. Lo lograron. Amenazado de muerte, Ruquoy salió del país el jueves pasado por orden de su congregación. Con esto culminó una campaña brutal y asquerosa contra un hombre cuyo único pecado fue defender a los que no tienen quien hable por ellos. Con él los dominicanos perdemos un hombre que dedicó treinta años de su vida a servir a nuestro pueblo. Y lo perdemos porque fue digno, porque no se dejó amilanar con las campañas de descrédito. No cedió a los insultos, a la reedición de la práctica de interrumpir misas en la forma más soez posible, a las falsas acusaciones. Tampoco cedió ante la falta de apoyo y las muestras de intolerancia de esa parte de la jerarquía eclesiástica que siempre ha respaldado los peores propósitos. Fracasados los intentos de disuadirlo, se recurrió a la amenaza de muerte. O te callas o te mato.
Su marcha pone en evidencia cuál es el problema al que nos enfrentamos los dominicanos: mientras un grupo de falsos patriotas atiza las llamas de la intolerancia, el Estado se abstiene de intervenir. O, lo que es peor, ataca él mismo a la víctima de la intolerancia. Es antológico el boche público que el secretario de Interior y Policía le dio al Padre Ruquoy hace unas semanas cuando fue a entrevistarse con él. El cura le dijo que temía por su vida y que militares dominicanos le habían amenazado. El funcionario no hizo caso e incluso le llamó “simulador” e “irresponsable”. ¿Qué piensa hoy señor secretario?
El Estado dominicano no hizo nada, no cumplió con su responsabilidad de protegerle de las amenazas y eso es complicidad por omisión. Pero además, con el exabrupto del secretario, ayudó a convertir a la víctima en victimario. El amenazado, y no quienes lo amenazaron, era el peligro. Ninguna investigación sobre la denuncia, ningún interés de asumir responsabilidades. En nuestro país, el malo es que pone el dedo en la llaga y no el que la causa.
Con la salida de Ruquoy ganan el abuso y la imposición. Porque los verdaderos causantes de la miseria dominicana y de la explotación de los inmigrantes haitianos se han quitado una espina del costado. Y las cosas para la gente de los bateyes van a seguir igual o peor. Ahora estarán verdaderamente desamparados porque quien se atrevió a levantar la voz en su defensa tuvo que salir apresuradamente y temiendo por su vida.
Pero además, aparece quien se alegra de la marcha de Ruquoy. No se da cuenta de que es un grave fracaso para nuestro sistema democrático, más allá de la posición que se sostenga sobre la inmigración haitiana. ¿Es aceptable que volvamos a los tiempos en los que el discurso público estaba limitado y delimitado por la amenaza de la violencia? ¿Es así como vamos ahora a resolver nuestras diferencias? ¿Para qué queremos entonces mantener la pretensión de democracia? Si es eso lo que queremos seamos coherentes y resolvamos nuestros problemas a palos y pedradas.
Lo grave es que un conocido diputado -de esos que se envuelven en la bandera antes de lanzar lodo y luego se ofende si le responden- se dio el lujo de decir que fue “sensato” que el cura se fuera. Tiene razón en un sentido, porque no servía a nadie el que se dejara sacrificar en el altar de la intolerancia. Pero por otro lado, sus declaraciones son muestra de la corrupción del sistema político dominicano. Esto por la sencilla razón de que este señor –al abstenerse de criticar a los salvajes que amenazaban a Ruquoy- está avalando la destrucción del principio de deliberación abierta que el Congreso mismo representa. Además, parece no darse cuenta de la ironía de que acepta como buena y válida la intimidación del contrario por personas privadas. ¿Quien iba a decir que llegaría el día en que lo viéramos aceptar las tácticas propias de gente como –por ejemplo- los narcotraficantes?
La salida de Ruquoy es una gran pérdida para todos los dominicanos y no sólo para los que entendemos que hizo una gran labor. La degradación del discurso público seguirá su curso y de tirarnos trapos sucios pasaremos a pegarnos galletas, patadas, trompones y balazos en un sentido algo más que figurado. Pero, además, los abusos que denunciaba seguirán ahí, y como nadie los denunciará pronto dejaremos de hablar de ellos. Así, el resultado es una sociedad más peligrosa, más intolerante y más injusta que nunca.
Esta degradación política y cívica es un peligro aún mayor, incluso, que el que, en su delirio apocalíptico, nos anuncian diariamente los falsos patriotas que contribuyeron a correr a Ruquoy del país.
Clave Digital 22 de noviembre de 2005