De nacionalidad y peloteros
Desde finales del pasado año, la prensa cubrió, con un interés que no demuestra en asuntos más relevantes, las decisiones de los peloteros profesionales dominicanos sobre su participación en el torneo. El caso de Álex Rodríguez fue sintomático de la fiebre que se apoderó de nuestros medios de comunicación. Sus vacilaciones fueron seguidas como si de ellas dependiera algo importante, distinto a nuestro orgullo beisbolístico.
Cuando finalmente Álex Rodríguez decidió vestir el uniforme del equipo estadounidense, la condena fue casi universal: nos había traicionado, prefirió representar a “los gringos” y no a “su gente”. Lo acusaron de olvidar que para los estadounidenses no es más que un latinito que juega bien al béisbol. No faltó quien propusiera declararlo “persona non grata” y muchos se alegraron cuando su equipo perdió, porque entendían que había perdido él.
Lo que dijeron pocos es que si quizás es cierto que los estadounidenses sólo ven en él las carreras empujadas y los Guantes de Oro, los dominicanos vemos exactamente lo mismo. Si en lugar de ser pelotero exitoso fuera aparcador de carros en el Bajo Manhattan, nadie en el país se preocupara en lo más mínimo de él.
Los dominicanos olvidamos lo que nos conviene. Por ejemplo, que Álex Rodríguez nació en los Estados Unidos y no aquí. Más grave aún: que es uno de los cientos de miles que no pudieron nacer en la República Dominicana porque nuestra sociedad convirtió a sus padres en refugiados económicos. No nos debe nada, absolutamente nada. Todo lo que él es hoy se lo debe a las oportunidades que tuvo en su pais de nacimiento. Dicho en español dominicano, “el tamaño que tiene no se lo dimos nosotros”. Si hubiera nacido aquí lo más probable es que fuera motoconchista, o frutero, y tampoco nos importara.
Pero no es frutero. Es, repetimos, un pelotero exitoso. Por eso lo queremos, lo reclamamos, le exigimos que vista nuestros colores, que nos sea leal. Mas nosotros no hemos sido leales con él, ni con su familia. Le exigimos lo que no le hemos dado. Queremos aprovecharnos de un éxito al que no hemos aportado nada. De hecho, queremos que nos represente en detrimento del país en el que sí encontró las oportunidades de las que aquí no hubiera gozado. O peor, porque nuestro país muchas veces funciona como una máquina destructora de talentos.
La miopía que caracteriza esta exigencia, también nos impide ver que si Álex Rodríguez nos hubiera representado en el Clásico, el suyo hubiera sido un acto de generosidad inmerecida. Como la que nos prodigó Félix Sánchez, de quien también olvidamos que nació en Nueva York y hasta hace poco apenas hablaba español. Y porque se hubiera tratado de un acto de generosidad, no podemos exigirla. No podemos reclamar la cosecha de lo que no hemos sembrado.
Que muchos miembros de la diáspora sean generosos con nosotros debemos verlo con agradecimiento, sin arrogarnos el derecho de esperar que todos hagan lo mismo. La República Dominicana ha pasado décadas sobreviviendo gracias a las remesas de los expatriados. Esos mismos que tratamos con desprecio y de cuyos hijos no queremos saber porque no son “lo suficientemente dominicanos”. Recordémoslo: durante años la expresión “dominican-york” ha sido usada despectivamente.
Es hora ya de que reconozcamos que si Álex Rodríguez, como cientos de miles de decendientes de dominicanos, tiene lealtades conflictuadas es por causa de nuestra desidia, de la injusticia de nuestra sociedad y hasta de nuestro desprecio.
Clave Digital 28 de marzo de 2006