Por lo menos en lo que a mí respecta,
mis pesadillas más angustiantes no son aquellas en las que me encuentro frente a frente con uno de mis temores más grandes.
Son otras las que me hacen despertar pidiendo aire sin que me salga la voz y preguntándome durante minutos si estoy despierto o si aún duermo.
En esas me siento perseguido por algo o alguien cuya imagen es siempre difusa. El terror no me viene de esta imposibilidad de saber qué me acosa. Es su persistencia al hacerlo, el hecho de que no puedo destruirle ni vencerle, de que no puedo hacer nada para evitar que me persiga. Ni siquiera la perspectiva de que me atrape me produce tanto temor como la idea de que no puedo escapar ni tengo el alivio de que me den alcance.
Este tipo de pesadillas sólo nos afecta a los dominicanos cuando dormimos porque estamos acostumbrados a sufrirlas estando despiertos. Revisar nuestra historia es estudiar el eterno presente.
La causa de estas reflexiones pudo ser cualquiera de los innumerables motivos que brinda para ello nuestro país. Más en esta ocasión se trata de la candidatura presidencial de Pedro Candelier. Hace pocos días ofreció una entrevista a un medio de comunicación presentándose como “el hombre del momento”, el Mesías político que necesita el país para enfrentar “el desorden”.
Tienen razón aquellos que dicen que la historia ocurre como tragedia y se repite como comedia. Este émulo de Trujillo quiere reescribir su patética y terrible historia.
Pedro Candelier no se ha distinguido nunca por hacer bien su trabajo. Lo que le caracteriza es hacerlo abusando de quienes no pueden defenderse. Sus “hazañas” como director de Foresta son legendarias (habrá que ver si la deforestación se acaba quemando burros vivos). La cultura atropellante y corrupta de la AMET se forjó cuando estuvo a su cargo. Y no hay que abundar mucho en su ineficaz, aunque terriblemente sangriento, paso por la jefatura de la Policía Nacional.
Ahora se quiere presentar como un hombre cambiado (que le regalen una casa de campo millonaria cambia a cualquiera, pero ese no es el punto). Dice no ser el hombre que se pasó la Constitución por donde quiso para teñir inútilmente de sangre el país. Ahora es un hombre convencido de que hay que oír al pueblo, que lo llama clamorosamente a que saque las castañas del fuego. Hay que acabar con el desorden y sólo él, con su proverbial mano dura, puede hacerlo.
Vestido de civil y afeitado (cambio radical donde los haya) se presenta como Fénix redivivo ante los dominicanos. Olvida aquello de que “la mona aunque se vista de seda…”. Y también olvida, y eso es más grave, que para dirigir un Estado hace falta algo más. Leer la entrevista publicada en Clave Digital es sumamente edificante, si la superficialidad ajena puede serlo.
En el ánimo del entrevistador distingo tres momentos distintos. En el primero intenta sacarle información al candidato sobre su proyecto político. En el segundo, juguetea como el gato con el ratón porque es ya patente que el señor no tiene nada que decir. En el tercero, la entrevista transmite una sensación de aburrimiento total en el entrevistador. El entrevistado, sin embargo, mantiene el mismo talante de principio a fin: el del estudiante que cree que con no desviarse de lo memorizado convence al auditorio. “El elefante tiene la trompa como una lombriz. La lombriz por su parte….”.
Comparo esto con una pesadilla y no con un sueño absurdo porque el hecho de que este señor sea tomado en serio es una muestra más de lo deteriorada que está la credibilidad del sistema político dominicano. Ya ha aparecido quien desde la prensa señale esta “opción” vacía como la salvación del país. Es cierto que quien apuesta la libertad de todos lo hace porque algo quiere ganar; pero también lo es que cuando es posible que la libertad esté en juego las cosas andan mal. Muy mal.
El país sigue sin rumbo preciso. Y si se toma en cuenta que desde sectores gubernamentales y sociales se ataca constantemente la legitimidad del sistema democrático, las cosas no parece que vayan a mejorar. Hay que hacer un alto en el camino, no podemos seguir cubriendo con la cubierta de la democracia un juego amargo del que se benefician sólo unos pocos: los de siempre. Lamentablemente, en nuestro país sólo se escucha a quienes puede pagarse el foro y éstos han demostrado no tener siempre en mente el bienestar general. Que Pedro Candelier les sirva de señal de alarma.
Mientras tanto, prestemos atención a lo que no se atreve a decir el candidato: “No hay peligro en seguirme”.
Eso ya lo hemos oído antes.
Clave Digital 16 de agosto de 2005