Saturday, September 10, 2005

De separaciones, migraciones, domínico-haitianos y Constituciones

En la República Dominicana pocos temas hay tan delicados como el de la nacionalidad de los niños dominicanos hijos de padres haitianos indocumentados. Existen dos formas casi antagónicas de percibir el problema, entre las cuales es casi imposible encontrar puntos de acuerdo. Se trata de un diálogo de sordos. Peor aún, en ocasiones las intervenciones incluyen argumentos manifiestamente incorrectos.

Es el caso, por ejemplo, del artículo publicado el domingo 28 de agosto en el periódico Hoy por el prestigioso abogado Julio César Castaños, titulado “Separación de Haití y Constitución”. En él el autor defiende la supuesta constitucionalidad de la Ley de Migración que, al asimilar la condición de indocumentado a la de persona en tránsito, niega la nacionalidad dominicana a los hijos de haitianos indocumentados. Pero el señor Castaños incurre en una serie de errores de índole histórica y jurídica que hubiera podido evitar revisando mejor sus fuentes.

Para afianzar su opinión de que la dominicanidad se ha definido siempre en oposición a lo haitiano, cita el Manifiesto del 16 de enero de 1844. Nada hay que objetar a la cita que extrae del documento, salvo su carácter selectivo. En el Manifiesto no se expresa una concepción excluyente de la dominicanidad, por lo que no deja de extrañar que se silencie otra parte relevante del documento, precisamente aquella que define la dominicanidad como la veían los redactores del Manifiesto: “¡DOMINICANOS! (Comprendidos bajo este nombre todos los hijos de la parte este y los que quieran seguir nuestra suerte)”. Es decir, en ningún momento se excluyó a los ciudadanos haitianos que decidieron luchar al lado del bando separatista. Tampoco establece una identidad dominicana que excluya por los siglos de los siglos a los haitianos que decidan engrosar las filas de nuestra nación.

El autor incurre en otro error cuando describe la facultad constitucional del Congreso para regular la inmigración. En buen Derecho, cuando la Constitución otorga una facultad a un poder del Estado no le está dando carta blanca. Por el contrario, esta facultad debe ser ejercida siempre con estricto respeto de la Constitución, siendo nulo todo acto que sea contrario a ésta. Por eso, donde la Constitución dice “en tránsito” el legislador no puede poner “indocumentado”. En la República Dominicana no existe la figura jurídica de la “Ley de Interpretación Constitucional”, por lo que intentar cambiar el contenido de un término constitucional “definiéndolo” mediante una ley es violar la Constitución. En pocas palabras, la ley no puede decidir lo que ya la Constitución ha decidido.

El articulista utiliza el ejemplo del presidente estadounidense Abraham Lincoln, quien durante la Guerra de Secesión reconoció públicamente que ejercía sus poderes en violación de la Constitución. Dos cosas derivan de de esta cita: la primera es que el autor admite implícitamente que negarle la nacionalidad a los hijos de haitianos nacidos en nuestro país es inconstitucional. La segunda es que olvida decir que la Suprema Corte de Justicia estadounidense revocó en la primera oportunidad las decisiones de Lincoln. Ahora bien ¿qué pretende el articulista al usar este ejemplo? ¿Es que todavía no aprendemos que el irrespeto de las autoridades a la Carta Magna es una de nuestras más grandes desgracias?

No pueden ser aceptados argumentos que se fundamentan en la cita incompleta de un documento histórico, en el desconocimiento de la supremacía de la Constitución frente a la ley y en una propuesta abierta a ignorar la Constitución. Así no llegaremos a ninguna parte. Los dominicanos debemos aprender que nuestra democracia sólo podrá desarrollarse si respetamos sus reglas de juego. Nuestra crisis institucional es bastante seria como para que además se proponga públicamente violar la Constitución para imponer una opción determinada.

La sustentabilidad de la Constitución sólo es posible si todos la acatamos como es, sin deformarla. Un camino seguro hacia la catástrofe es que cada quien abogue porque se la viole en su parte equis o su parte ye simplemente porque disiente de su contenido. Es hora de que empecemos a tomar la Constitución en serio. El peligro de convertirla en un documento totalmente irrelevante es mayor que cualquier cantidad de inmigrantes en nuestro territorio.

Clave Digital 30 de agosto de 2005

Friday, September 02, 2005

El candidato Candelier

Por lo menos en lo que a mí respecta, mis pesadillas más angustiantes no son aquellas en las que me encuentro frente a frente con uno de mis temores más grandes. Son otras las que me hacen despertar pidiendo aire sin que me salga la voz y preguntándome durante minutos si estoy despierto o si aún duermo.

En esas me siento perseguido por algo o alguien cuya imagen es siempre difusa. El terror no me viene de esta imposibilidad de saber qué me acosa. Es su persistencia al hacerlo, el hecho de que no puedo destruirle ni vencerle, de que no puedo hacer nada para evitar que me persiga. Ni siquiera la perspectiva de que me atrape me produce tanto temor como la idea de que no puedo escapar ni tengo el alivio de que me den alcance.

Este tipo de pesadillas sólo nos afecta a los dominicanos cuando dormimos porque estamos acostumbrados a sufrirlas estando despiertos. Revisar nuestra historia es estudiar el eterno presente.

La causa de estas reflexiones pudo ser cualquiera de los innumerables motivos que brinda para ello nuestro país. Más en esta ocasión se trata de la candidatura presidencial de Pedro Candelier. Hace pocos días ofreció una entrevista a un medio de comunicación presentándose como “el hombre del momento”, el Mesías político que necesita el país para enfrentar “el desorden”.

Tienen razón aquellos que dicen que la historia ocurre como tragedia y se repite como comedia. Este émulo de Trujillo quiere reescribir su patética y terrible historia.

Pedro Candelier no se ha distinguido nunca por hacer bien su trabajo. Lo que le caracteriza es hacerlo abusando de quienes no pueden defenderse. Sus “hazañas” como director de Foresta son legendarias (habrá que ver si la deforestación se acaba quemando burros vivos). La cultura atropellante y corrupta de la AMET se forjó cuando estuvo a su cargo. Y no hay que abundar mucho en su ineficaz, aunque terriblemente sangriento, paso por la jefatura de la Policía Nacional.

Ahora se quiere presentar como un hombre cambiado (que le regalen una casa de campo millonaria cambia a cualquiera, pero ese no es el punto). Dice no ser el hombre que se pasó la Constitución por donde quiso para teñir inútilmente de sangre el país. Ahora es un hombre convencido de que hay que oír al pueblo, que lo llama clamorosamente a que saque las castañas del fuego. Hay que acabar con el desorden y sólo él, con su proverbial mano dura, puede hacerlo.

Vestido de civil y afeitado (cambio radical donde los haya) se presenta como Fénix redivivo ante los dominicanos. Olvida aquello de que “la mona aunque se vista de seda…”. Y también olvida, y eso es más grave, que para dirigir un Estado hace falta algo más. Leer la entrevista publicada en Clave Digital es sumamente edificante, si la superficialidad ajena puede serlo.

En el ánimo del entrevistador distingo tres momentos distintos. En el primero intenta sacarle información al candidato sobre su proyecto político. En el segundo, juguetea como el gato con el ratón porque es ya patente que el señor no tiene nada que decir. En el tercero, la entrevista transmite una sensación de aburrimiento total en el entrevistador. El entrevistado, sin embargo, mantiene el mismo talante de principio a fin: el del estudiante que cree que con no desviarse de lo memorizado convence al auditorio. “El elefante tiene la trompa como una lombriz. La lombriz por su parte….”.

Comparo esto con una pesadilla y no con un sueño absurdo porque el hecho de que este señor sea tomado en serio es una muestra más de lo deteriorada que está la credibilidad del sistema político dominicano. Ya ha aparecido quien desde la prensa señale esta “opción” vacía como la salvación del país. Es cierto que quien apuesta la libertad de todos lo hace porque algo quiere ganar; pero también lo es que cuando es posible que la libertad esté en juego las cosas andan mal. Muy mal.

El país sigue sin rumbo preciso. Y si se toma en cuenta que desde sectores gubernamentales y sociales se ataca constantemente la legitimidad del sistema democrático, las cosas no parece que vayan a mejorar. Hay que hacer un alto en el camino, no podemos seguir cubriendo con la cubierta de la democracia un juego amargo del que se benefician sólo unos pocos: los de siempre. Lamentablemente, en nuestro país sólo se escucha a quienes puede pagarse el foro y éstos han demostrado no tener siempre en mente el bienestar general. Que Pedro Candelier les sirva de señal de alarma.

Mientras tanto, prestemos atención a lo que no se atreve a decir el candidato: “No hay peligro en seguirme”.

Eso ya lo hemos oído antes.

Clave Digital 16 de agosto de 2005