Wednesday, February 20, 2008

La inseguridad de la política de seguridad

Para nadie es secreto que este es el país de las simulaciones. Nos inclinamos por ellas cada vez que tenemos que decidir entre enfrentar un problema de manera seria o hacer un espectáculo con la intención de dar la falsa impresión de que hacemos algo.

Por eso no es de extrañar que a once años de iniciado nuestro tercer experimento democrático desde 1961 todavía insistamos en repetir las actitudes propias de nuestros gobiernos autoritarios.

También por eso nos encontramos sin respuesta ante los retos de seguridad ciudadana que el crecimiento y creciente disparidad en ingresos que se produce en la sociedad dominicana. Los dominicanos no contamos con herramientas que nos permitan hacer frente a este fenómeno.

Por ejemplo, la Policía Nacional es una institución creada con el único fin de reprimir la disidencia política. Y eso hizo fielmente durante los regímenes dictatoriales de Trujillo y Balaguer. Pero lo que es peor es que no ha querido adaptarse a la realidad cambiante de una sociedad en proceso de democratización.

De hecho se ha resistido hasta tal punto que, como demuestra su historia reciente, los jefes policiales que han intentado llevar a cabo cambos profundos en la institución han terminado saltando del puesto prematuramente.

Pero la visión simplista del problema de la seguridad ciudadana no empieza ni acaba con la Policía.

Es un problema social profundo del que todos somos responsables. Buena muestra de ello es la prensa dominicana, que parece regirse por el principio de "si no hay sangre, no es noticia”. Quien mira (no hay siquiera que abrirlo) un periódico dominicano -algunos en particular- pensará que en este país nos estamos matando como salvajes y que todos los días aparece un muerto cada dos cuadras.

Aunque la violencia ha aumentado desde su nivel a finales de los noventa, no es cierto que esté aumentando en forma incontrolada. De hecho, las estadísticas demuestran que ya alcanzó su cenit y parece estarse estabilizando en un nivel mayor al anterior, pero menor al alcanzado en 2002-2003.

Pero es tan poca nuestra disposición a ver este problema en términos que no sean dramáticos en extremo que rehusamos a creer que esto puede ser así. Y, ayudados por el bombardeo mediático, asumimos que en realidad estamos camino de una anarquía total.

Como consecuencia lógica de esta visión superficial del problema, y del impulso dramático y autoritario, hemos asumido la idea de la inseguridad ciudadana como una “guerra” contra “los delincuentes”. Independientemente del absurdo de esta idea –en el que no profundizaré aquí por cuestiones de espacio y porque otros lo han dicho mejor de lo que yo puedo- hay un peligro que se nos olvida.

Y es que es un axioma de la guerra que sus primeras y más sufridas víctimas son los civiles. Cuando el Estado se va por el camino fácil y reacciona con igual violencia frente a la delincuencia en realidad está haciendo lo contrario de lo que debe.

Ha renunciado a su función fundamental de ser el garante de la seguridad y se ha convertido en una fuente de inseguridad para todos los ciudadanos. Nosotros, los ciudadanos de a pie nos vemos atrapados en un fuego cruzado de consecuencias imprevisibles.

Aunque algunos se puedan irritar por lo que digo, todos –incluso ellos- hemos sentido en carne propia las consecuencias de ello. Por ejemplo, ¿quién no ha sentido alguna vez temor al ver un policía solo o acompañado que le hace señales de detenerse en una calle oscura –como muchas en la ciudad- y solitaria? Es, ciertamente, un cálculo terrible que debe hacer el ciudadano cuando se ve en esa situación. ¿Me detengo sin saber quien es, o sigo, arriesgándome a que sea un policía con gatillo alegre?

Pregúntese también el lector también cuál fue su reacción la primera vez que en un semáforo se le detuvo al lado un equipo de “linces” con motocicleta y uniforme negro, con cascos que impiden la identificación y armas largas propias de una guerra. Todo lo anterior no hace otra cosa que aumentar la sensación de inseguridad sin resolver el problema. Es decir, que empeora las cosas en todos los sentidos sin mejorarlas en ninguno.

Es un problema social profundo del que todos somos responsables. Buena muestra de ello es la prensa dominicana, que parece regirse por el principio de “si no hay sangre, no es noticia”.


Clave Digital 5 de diciembre de 2007

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