Saturday, January 28, 2006

Año nuevo, el mismo asunto

Dicen que la llegada de un nuevo año es el momento de los nuevos comienzos, de iniciar nuevos proyectos. Todo debe ser nuevo. Yo no lo veo así. No tiene sentido quebrar la continuidad de las cosas -y de las relaciones causa-consecuencia- utilizando como pretexto algo tan arbitrario como un cambio de fecha. Sólo los esfuerzos continuados y permanentes pueden dar resultados positivos. Lo demás es engañarse. Por eso, nunca logramos cumplir las “resoluciones de Año Nuevo” que repetimos cada doce meses. En el mejor de los casos, esta oportunidad debe servirnos para continuar nuestros proyectos, sólo que con nuevos bríos.

Este razonamiento también es válido para nuestros problemas. No es cierto que un año nuevo traiga mayores o nuevos retos. El cambio de diciembre a enero no hace desaparecer, como por arte de magia, los desafíos que el año calendario anterior nos legó. Por eso conviene dejar de pensar el nuevo año como un “nuevo comienzo” y seguir nuestro camino de sociedad sin creer que empezamos los próximos 365 días como si nuestras cargas hubieran desaparecido.


Uno de los lastres más pesados de nuestro proyecto de nación es la corrupción generalizada y la impunidad. Aunque es frecuente que se hable de corrupción en el sector público, la verdad es que no se limita a éste. Sé que lo “chic” es quejarse de todo lo relacionado con el Estado, de su “ineficiencia”, y proclamar que en manos privadas todo estaría mejor porque la gente del sector privado es “más seria” y además más bonita y sale en las revistas de sociedad. Pero una cosa es lo “chic” y otra lo cierto. Y lo cierto es que nuestra historia reciente ha demostrado que el sector privado es igualmente corrupto que el público (y quién sabe). La diferencia es la complicidad del silencio que se teje en torno a nuestros corruptos privados.


Los dominicanos estamos siempre ojo avizor con los funcionarios presentes y pasados que han evadido la acción de la justicia -y que incluso son premiados con puestos en los que se les confía sumas enormes de dinero-. Mientras, los corruptos del sector privado son olvidados o defendidos a capa y espada por más de uno. En ese sentido, la corrupción en el sector privado es aún más perniciosa que la pública: sus responsables son presentados como grandes ejemplos a seguir, como personas “exitosas”, dignas de ser imitadas.


Este sistema de complicidades y silencios sufrió un duro golpe en 2003, cuando se hicieron públicas las barbaridades cometidas en uno de nuestros sectores más reverenciados: la gran banca. Ante la imposibilidad de esconder el desastre, las autoridades dominicanas no tuvieron más remedio que reaccionar. Consecuencia de esto, Ramón Báez Figueroa, uno de los banqueros más importantes del país, llegó a pasar una temporada en Najayo.


Pero de un tiempo a esta parte se nos quiere hacer olvidar lo que sucedió, quiénes lo hicieron, quiénes se beneficiaron y quiénes, al día de hoy, siguen impunes. Cualquier cosa es noticia en nuestro país. Empero, el juicio civil seguido en Miami a Luis Álvarez Renta, principal asesor del Baninter, fue ignorado por la mayoría de los medios de comunicación.


De la misma forma, leyendo los periódicos dominicanos es difícil saber hoy cuál es el estado de los casos penales seguidos a los defraudadores bancarios. Es como si nunca hubiera pasado nada. Se apuesta al tiempo con la esperanza de que, como el proverbial árbol que cae en el bosque sin que nadie lo escuche, el olvido cubra sus vergüenzas y todo sea como antes.


Como dije en un artículo pasado, esta vez arriesgamos mucho más que la libertad o prisión de unos cuantos banqueros: arriesgamos la confianza de los dominicanos en que una sociedad democrática puede proveernos de cierta dosis de justicia. El principal reto de los ciudadanos es mantener la presión para que ese caso sea llevado a sus últimas consecuencias.


Así como los vientos de un nuevo año no se llevan los males que nos trajeron las quiebras bancarias, no deben llevarse tampoco la conciencia de que se nos hizo un gran mal y que, esta vez la Justicia debe actuar. Cuando lo haga, podremos decir que estamos ante un nuevo comienzo.



Clave Digital 3 de enero de 2006

Wednesday, January 25, 2006

La alianza rojiblanca

Para los que se preguntan sobre las razones por las que el sistema democrático de partidos es cada vez más cuestionado en Latinoamérica, las noticias dominicanas de las últimas semanas deben resultarles muy interesantes. Enfrentados a encuestas que demuestran el desgaste del gobierno, pero sin un repunte importante de la oposición, los tres partidos mayoritarios decidieron negociar alianzas para las elecciones congresuales y municipales del año que viene.


Lo que siguió fue un vodevil grotesco donde la dirigencia de los tres partidos demostró que quizás, después de todo, las ideologías sí están muertas. Al parecer, lo único que queda en los cascarones blanco, morado y rojo son las ambiciones personales (ya ni siquiera podemos llamarlas políticas). En este espectáculo, el objeto del deseo fue el Partido Reformista, que se entregó con fruición a jugar su papel de bisagra política. En este proceso no se habló jamás de proyectos de nación; lo único importante fueron las encuestas, la suma de porcentajes para calcular el triunfo sobre el otro, el ofrecimiento incrementado y la venta al mejor postor. Al final, el que disfrutará de los “favores” del reformismo será el PRD. El PLD, por su parte, reaccionó como un amante -¿cliente?- despechado y lo único que ha dicho es que la alianza fracasó porque el precio le parecía demasiado alto por una sola noche de calor electoral.


Mientras tanto, la nueva dirigencia del PRD se congratula de su gran “logro”. Pena que no se dé cuenta de que sólo prolonga el fracaso heredado. ¿Qué cree haber conseguido con esta alianza? ¿Preservar la cuota de poder electoral? Eso no parece posible porque la bella reformista se vendió cara. ¿Evitar que el PLD logre mayoría en el Congreso y se fortalezca la administración Fernández? Quizás, ¿pero a qué precio? Bien hacía Jesús cuando preguntaba: “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:26). ¿Es que ya el PRD ha renunciado a todo y se ha convertido en un simple partido-cartel?


¿Dónde queda el PRD si ya todo da igual? ¿Es que sólo conserva un color, un nombre y un escudo? Si de algo podían sentirse orgullosos los perredeístas es de haber enfrentado durante décadas la corriente política representada por el reformismo. En 1978 y 1994 fue este partido el que plantó cara al continuismo y al autoritarismo balaguerista. Es dudoso que, en su forma actual, el PRD cuente con el liderazgo lo suficientemente coherente, claro de propósitos y decidido que es necesario para esas cosas. De hecho, quienes están en las máximas posiciones dirigentes han decidido renunciar a ello, al liderazgo mismo. Prefieren la ganancia a corto plazo que guiar a esta formación política en su necesario proceso de renovación. Antes que asumir su responsabilidad han decidido que hay que tratar de ganar el año que viene a toda costa. Pero no advierten que los aritméticos de la política, de tanto sumarse, restarse, multiplicarse y dividirse terminan por hacerse irrelevantes.


Y con eso perdemos todos. Pierde el sistema democrático, que se ha convertido en una banca de apuestas donde apuntamos en un papelito la combinación que consideramos ganadora. Pero también pierden los partidos (y el PRD en particular), a los que cada vez se les hará más difícil convencer a los ciudadanos de su valor. Vaciados de contenido ideológico, desprovistos de proyectos de nación, no tendrán más importancia que los equipos deportivos.


Y, además, demuestran una falta de visión espantosa al asumir que, con su comportamiento, pueden garantizar victorias electorales. La política es algo más que sumar porcentajes de encuestas. Cuando se reduce a esto, se erosiona la fidelidad del votante, con lo cual la suma misma se hace mucho menos precisa y efectiva. Sólo les hace falta colocarse en el lugar del votante por un momento. Si ellos pactan con quien sea, ¿qué más nos da votarles hoy sí y mañana no? Fomentando ese juego tonto sólo se aseguran que los ciudadanos estén hoy con ellos mañana con el otro y siempre con todos (fórmula ésta que, de paso, es muy utilizada en el país por mucha gente de “éxito”, quien sólo usa su relevancia pública para estar “bien” con el gobernante de turno).


No se trata de alentar diferencias frívolas entre los ciudadanos y los partidos. Es que son estas diferencias lo que alimenta la democracia. Una de las razones por las que la gente deja de votar es, precisamente, por carecer de opciones. Y no es sólo que todos los políticos se comporten igual. Es que todas sus propuestas son igual de vacías, y las siglas y colores son un pobre sustituto para las ideologías. Es de estas diferencias robustecedoras que están vaciando la política.


Veremos hasta dónde lleva este camino a los políticos dominicanos. Yo lo intuyo, y me temo que tendrán un amargo despertar cuando se den cuenta de que los dominicanos no somos tontos.



Clave Digital 20 de diciembre de 2005